-¡Ven aquí ahora mismo!
Caster sólo obtuvo por respuesta un portazo que sacudió toda
la casa. Suspiró, resignada, mirando por la ventana a su hija, que caminaba
llevando casi a rastras una pesada maleta.
***********
-Ay, ¿cómo puede ser que un poco de ropa pese tanto?
Midori dejó la maleta en el suelo, a pesar de que se
ensuciaría con polvo, y se secó la frente sudorosa. Le gustaba vivir casi en
medio del campo, pero detestaba tener que caminar hasta llegar al pueblo cuando
se trataba de ahorrar en autobús. Hablando de autobús, éste se acercaba, y pasó
a escasos centímetros de ella, envolviéndola en una nube de tierra. Tosiendo,
levantó la maleta.
-Empezamos bien...-bufó, reanudando la caminata.
Escuchó un extraño ruido y se detuvo. Reconocía eso, es mas,
cualquiera se daría cuenta de lo que era, pero no podía creerlo. Se giró y
comprobó que no estaba equivocada.
-¡Giuseppe! ¿Qué haces aquí, pato?
Corrió hasta el animal, que sólo respondió con dos escuetos...cuacs.
A pesar de la larga caminata, se veía muy fresco y elegante.
-¿Por qué me has seguido? Ahh...ya sé, piensas que te
abandonaré. Pues te has equivocado patín, Midori regresará, ¡y con abuelo! ¿Qué
te parece?
El pato sólo hizo otro “cuac” que a Midori le hizo parecer
que estaba en desacuerdo.
-Tranquilo, los dos posibles abuelos son vegetarianos. No te
comerán.
Giuseppe sólo dio un pasito hacia adelante y se dejó acariciar
por su dueña.
-Ahora vuelve, ¿si? Vamos, ¡a casa pato loco!
Lo espantó con la mano y Giuseppe comprendió, porque dio
media vuelta y emprendió el regreso a casa. Midori levantó su maleta y continuó
caminando. Pero no pasaron ni dos minutos cuando otra vez tuvo que detenerse.
En su bolsillo, la melodía de “Para Elisa” hacía que su teléfono celular sonara
enloquecido.
-Hola –dijo perdiendo la paciencia.
-¡Midori ¿dónde estás?!
-Ah, Jeremy...
-¡Sí, soy yo! ¿Dónde estás?
-¿Acaso lo olvidaste? Te dije que hoy partiría a Londres.
-¿Queeé? –tuvo que alejar el teléfono de su oído para no quedar
sorda -¿Qué te pasa? ¡Te dije que no hicieras eso!
-Y yo te dije que lo haría. Jeremy, sabes que esto es muy
importante para mí y...
-¡Estás loca!
Cansada, cortó la comunicación y luego apagó el teléfono.
Jeremy era, desde hacía casi cinco meses, su novio. Pese al
poco tiempo que llevaban juntos, ya estaban hartos de las peleas que tenían casi a diario. Digamos que no eran
la típica parejita de adolescentes enamorados y endulzados. Él tenía un humor
cambiante que hacía que Modori se cansara.
Al fin llegó al centro del pueblo. Caminar unas pocas calles
mas fue lo que le costó llegar hasta la estación de autobús.
-Buenas tardes, un boleto a Londres. El mas barato.
Sin siquiera responder a su saludo, el empleado le extendió el
boleto y tomó el dinero.
-Saldrá a las 17:07 hs. –fue lo único que le dijo.
Midori agradeció y miró su reloj pulsera. Faltaba mas de media
hora. Se sentó en una fría banca, y metió las manos en los bolsillos. Ya tenía
hambre y le gustaba la idea de tomarse aunque sea un café bien caliente, pero
no podía darse ese lujo. El dinero que llevaba era el justo y necesario.
Fiel a la famosa puntualidad inglesa, el autobús salió a las
17:07. Midori respiró hondo y cerró los ojos, una siesta no le vendría nada
mal. Sin embargo, se dio cuenta que eso seria imposible: su estómago hacía
ruiditos y su mente parecía haberse confabulado con él.
-Mmm...pizza....pollo al horno con papas....spaghettis....¡Basta
Midori! Trata de dormir, ya comerás....
A su lado, un hombre gordo no tuvo mejor idea que abrir un
paquete de galletas dulces. Midori sintió cómo se le hacía agua la boca. El
hombre comía ruidosamente, mirando por la ventanilla, sin siquiera reparar en
ella.
Le hizo una sonrisita. Quería verse simpática y quizás entablar
una conversación cualquiera sólo para que el tipo le convidara.
-Disculpe, ¿podría decirme la hora?
-No llevo reloj, deben se cerca de las 6 de la tarde.
-Ahh gracias. A veces yo también me olvido el reloj, como
hoy –rió apenas, mirando al tipo. Este sólo hizo un gruñido y nada mas.
Su plan no había funcionado, y ahora además, trataba de
ocultar su reloj pulsera para que el hombre no lo viera. Se resignó a seguir
escuchando el ruidito de la bolsa de galletas y cerró los ojos. Estaba ya
entrando a un sueño poblado de golosinas, pastas y papas fritas cuando algo la
sobresaltó: el hombre gordo también estaba durmiéndose, y roncaba. Roncaba como
un rinoceronte asmático. Midori se acercó y estiró su brazo. Le robaría
descaradamente las galletas, pero cuando ya estaba a punto de cometer ese
delito, el hombre apretó la bolsa contra su pecho.
-¡Ayy! –no pudo reprimir un gritito de enojo y se volvió a
acomodar en su asiento, cruzada de brazos. Le tocaría una noche de hambre y
ruidos.
Estaba amaneciendo cuando vislumbró los edificios recortándose
en la niebla. Los nervios comenzaron a
apoderarse de ella. ¿Y si todo salía mal? ¿Y si todo era un invento de su
abuela? Y lo peor: ¿y si su madre tenía razón?
Ni bien el autobús entró a la ciudad, el hombre gordo bajó,
llevándose con él las galletas. Midori vio como cada vez iban acercándose mas
al centro.
Un hombre de los asientos del fondo se incorporó y caminó
por el pasillo.
-Disculpe –le salió al paso -¿Podría decirme cómo llegar a
ésta dirección?
El hombre tomó el papelito que ella le tendía.
-Je, otra fan –dijo en voz baja –Te conviene bajar en la
próxima parada.
-Muchas gracias –tomó de vuelta el papelito y lo dobló bien,
metiéndolo en un bolsillo de su jean.
*************
El autobús reanudó su marcha, dejando detrás de sí un
remolino de hojas secas y humo. Midori tosió dos veces y se acomodó el cabello
despeinado. Miró la calle: jamás había ido a Londres y se sentía perdida en ese
lugar tan diferente a su pueblo, y a su
casa, donde el único ruido fuera de lugar eran los gritos de su madre. Bostezó
y levantó la maleta. No tenía ni idea de cómo llegar.
Vio que en una esquina doblaba un grupo de personas. Se acercó
a ellos, corriendo, y se percató de que todos eran orientales.
-Oigan ¿saben cómo puedo llegar a ésta calle?
Antes de que terminara de preguntarles y de mostrarles su
papelito, todos empezaron a hablarle a
la vez, en un idioma desconocido, y haciendo señas para todos lados.
-Nota mental: nunca preguntes nada a un chino –se dijo a sí
misma –Ehh...gracias, ¡adiós!
Corriendo, cruzó la calle, cuidándose de que los chinos no
la siguieran.
Un autobús frenó y bajaron unas cuantas personas, entre
ellas un niño de unos 12 años con uniforme
escolar.
-¡Ey! –le gritó. El chico se acercó, desconfiado -¿Puedes
decirme cómo llego a ésta dirección?
El niño leyó el papel y casi se echó a reír.
-Es aquí.
-¿Eh?
-Aquí –con su dedo señaló justo el edificio que estaba
detrás de Midori.
-¿Qué? –se giró y leyó un cartel –Ay...tienes razón, ¡qué
tonta soy!
El niño asintió y ella primero lo miró con severidad y después le
sonrió.
-Gracias.
-De nada –salió corriendo, sujetando su mochila.
-Bien Midori....ya llegaste.
****************
Con una sonrisa fingida, esperó a que abrieran la puerta.
Por dentro, los nervios la estaban matando y repasaba una y otra vez en su
mente el discurso que había preparado.
-¿Si? –al fin la puerta se abrió y apareció un hombre alto,
de esos que tienen toda la apariencia de mayordomo para una película.
-Vengo a ver a Paul McCartney.
-¿Usted piensa que dejamos entrar a cualquier fan?
-Es que no soy ninguna fan. Soy su nieta.
-Oh, disculpe señorita, pase.
Sorprendida, Midori entró. No podía creer que fuera tan fácil
entrar a MPL Communications.
-Sir Paul está reunido con un par de señores.
-¿Tan temprano?
-Le gusta aprovechar el día. Disculpe que la haya confundido
con una fan, es que nunca vienen los nietos de Sir Paul, y por lo tanto no los
conozco. Permítame –le quitó la maleta –Su abrigo.
-Ah si -gustosa, se quitó la chaqueta y se la dio, el hombre
guardó todo en un gurdarropas.
-Mientas espera, ¿quiere tomar algo?
-¡Si, por favor! Quiero un tazón de leche con cereales, jugo
de naranja, galletas dulces...En fin, quiero un buen desayuno.
-Acompáñeme.
Lo siguió a una sala donde, sentada ante una gran mesa,
esperó a que le trajeran su nunca tan ansiado desayuno.
Y sí, había mentido, y encima estaba dándose lujos, pero no
podía evitarlo. Aún no sabía si era nieta de Pual, pero eso le había servido
para entrar allí y en poco rato, estar cara a cara con él. Al fin cumpliría su sueño,
hablar con un beatle. Y quizás, su abuelo.
************
-Bien, entonces también agreguemos Canadá a la próxima gira.
Un hombre, vestido de traje negro, anotó en su tablet, mientras
otro vestido igual consultaba una agenda.
-Sir Paul, ¿enviamos sus requisitos?
-Sí, claro. Ya saben, lo de siempre, pero quiero que
agreguen que necesito veinticuatro jabones.
-¿Tantos?
-Anota eso.
-Como diga, Sir.
Se escucharon unos discretos golpes en la puerta.
-¿Si?
-Sir Paul, su nieta vino a verlo.
-¿Mi nieta? Qué raro...Caballeros, discúlpenme, pero me preocupa
que haya venido aquí uno de mis nietos, y encima tan temprano...Quizás haya
pasado algo. Ya vuelvo.
Paul se puso de pie y salió de su oficina, siguiendo al
mayordomo.
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Hola! Bueno, acá vengo yo, avisé que tardaría así que no protesten jaja. El tema es que ya subí, y espero que les haya gustado este capitulo. Agradezco a todos los que leyeron y comentaron el primer capitulo, me han dado ánimos para escribir y tratar de que sea de su agrado :)
Me despido mandándoles un beso grande a todos!
Hasta luego!