sábado, 7 de noviembre de 2015

Revolver - Capitulo 8 "Amenazas y tazas"




Chloe y Zettie frenaron ante el semáforo sin pararse sobre la senda peatonal porque, ante todo, cumplían las normas. Chloe acarició una de las bolsas de dinero mientras esperaba a que se pusiera en verde. Un auto estacionó junto a ellas y bajó el vidrio.
–¡Hola muñecas!
Zettie suspiró. Era el ruso.
–¿Qué querés, pedazo de infeliz?
–Ay, siempre tan agresivas. ¿Qué tal?
–Mejor, imposible. Te hacía en la cárcel.
–Ya salí, no hubo pruebas.
–¿No hubo? –exclamó Chloe–¡Te encontraron atascado en el baño de la agencia recaudadora!
–Me hice pasar por empleado de teléfonos.
El semáforo se puso en verde y Chloe arrancó a toda velocidad, pero para su desgracia, Dimitri igual las alcanzó. Ahora tenía un buen auto.
–Quisiera proponerles un negocio. ¿Puedo ir hasta su casa?
–¡No!
–¿Por qué?
–Porque no. Y no necesitamos tus negocios.
El ruso se encogió de hombros, saludó con una mano y dobló en una esquina.
–Ese tipo me pone nerviosa. –dijo Zettie–¿Creés que igual se aparecerá en casa?
–Nunca se sabe. Tomaremos medidas, vigilaremos. Si vemos que se acerca a  casa, inventamos algo para que se vaya.
Dejaron de hablar, ambas estaban muy cansadas porque robar era agotador. Al fin llegaron a la casa, ansiosas por un refresco. Bajaron dando portazos, el dinero lo bajarían cuando nadie las estuviera viendo.
–Zettie…–dijo Chloe mirando a todas partes–¿No te parece que está todo muy calmado?
–Puede ser, no se escucha nada y eso es raro.
–Mi instinto de ladrona me dice que algo está pasando, y que no es nada bueno.
No terminó de decir aquello que la puerta de la casa se abrió.
–¿Pero qué…? ¡¿Qué mierda se hicieron en la cabeza?!
–¡Están locos! ¿Qué les pasa? Ay no, yo me desmayo…
Los cuatro estaban inmutables. Abriéndose paso, John se plantó delante de ellas y levantó en alto los papeles que habían encontrado.
–Queremos una explicación sobre esto.







Si les hubieran pegado un tiro, se hubieran sentido mejor. Chloe tragó saliva como pudo, y Zettie se apoyó en el auto para no caerse al suelo de la impresión que estaba sintiendo.
–Bueno…este…–comenzó Chloe.
–No pongas excusas, Read. Lo sabemos todo.
–¿A qué se refieren con todo?
–A todo.
–Zettie…¿a qué se referirá? Porque hay mucho y…
–Shhh. –Zettie levantó una mano.  De inmediato ambas adoptaron una postura más que temible. Chloe se aclaró la garganta.
–Bien, si ya saben todo, ¿para qué quieren una explicación? De acuerdo, nos descubrieron, no somos lo que decimos.
–Sólo son un par de delincuentes.
–¿Sólo? –Zettie se escandalizó–¡Somos las mejores!
–No, porque las descubrimos.
–Ay si, ahora los niños son detectives. Seguro que encontraron esos papeles por casualidad, ¿o no? A ver, díganme qué sospechas tenían.
–Ehh…ninguna. –John bajó la cabeza–La verdad que jamás nos imaginamos algo así. Y sí, lo encontramos por casualidad.
–Igual atamos cabos también. –agregó Ringo–El arma que vi no la tenían por defensa, ¿no?
–No, eso fue todo un cuento. Pero te lo creíste.
Se quedaron en silencio mirándose con altanería.
–Supongo que tendremos que denunciarlas.
–Adelante. –Chloe se encogió de hombros–A todos en la cárcel les diremos que vivimos un tiempo muy hermoso con ustedes.
–Sí, es una pena que se termine, pero bueno, hay que hacer justicia.–agregó Zettie, poniendo su mejor cara de desazón–Lo más penoso es que se quedarán sin refugio.
John miró a los demás, que parecían imperturbables.
–No nos dimos cuenta de eso. –susurró.
–¿De qué?
–Paul, sos tarado. ¡Los terroristas! Hasta ahora no nos han encontrado acá, si nos vamos y encima las denunciamos se armará un escándalo y sabrán que estamos en Londres.
–¿Y qué? ¿Nos tenemos que quedar acá?
–Yo diría que sí. –dijo Chloe–Ejem, perdón por escuchar la conversación ajena.
–¡Pero ustedes nos robaron!
–Ay Paul, si lo recuperaron enseguida. Fue por una buena causa.
–Sí, dimos parte del dinero a unos vegetarianos que eran pobres y debían comer restos de hamburguesas de los tachos de basura. Una vida muy difícil.
–¿Eso es verdad?
–¿Y cuándo te mentimos?
–Basta, esto es un desastre. –dijo George–No les creo una palabra, así que me voy.
–Suerte con los terroristas. –silbó Zettie–Yo que el resto iría buscando un nuevo guitarrista para la banda. Si es posible más lindo.
–No me das miedo.
–Es que no quiero darte miedo, sólo te digo la realidad. Pero bueno, allá ustedes. Voy a ducharme, estoy muy cansada. Si deciden irse, avisen.
Zettie se metió dentro de la casa, y Chloe la siguió.
–Pónganse una peluca, se ven horribles. –les dijo al pasar.








–“El Comité de Reuniones Urgentes comienza la sesi…”
–Ay ya basta Ringo, tenemos que decidir algo de una vez.
–Lo que diga el muy señor Paul, que obviamente tiene la palabra, como siempre.
–¿Me estás reprochando algo? Te recuerdo que la espantosa idea de pelarnos fue tuya.
–Te jodés, a mi me queda bien, el único que se ve como un huevo, sos vos.
–Oigan, basta de peleas. –dijo John , serio–¿Qué hacemos?
–¿Qué hacemos, qué hacemos? ¡Denunciarlas! ¡Claro que sí! Yo ya me estoy yendo, no quiero vivir con delincuentes.
–Paul, bajá la rabia. Hay que pensar en frío. De acuerdo, nos robaron y nos mintieron. Pero veamos algo: no es culpa de ellas que estemos aquí. Es culpa de la policía. No investigaron quiénes eran ellas en realidad y nos metieron acá, justo en la boca del lobo. Fue una fatal casualidad.
–¡Por eso las tenemos que denunciar! ¡Hay que colaborar con la policía!
–Ah no, yo a este lo mato. ¡Pará un poco, Paul!
–¡Pero es que no podemos estar así! ¡Van a matarnos mientras dormimos! ¡Nos dejarán sin nada! ¡Nos robarán muchas veces más! ¡Nos secuestrarán y pedirán rescate! ¡Nos…!
John miró a Ringo y asintió. Este le pegó a Paul en la cabeza.
–¡Ay! ¿Y ahora por qué me pegás?
–Para          que te calmes de una vez. John está pidiendo que pensemos en frío y vos lo único que hacés es gritar como niñita.
–Como niñita pelada. –agregó George.
Paul se cruzó de brazos, y no dijo nada más. John continuó.
–Justo eso es lo que pido, que pensemos en frío. En parte no es culpa de ellas. Y además, si nos vamos, quedamos sin lugar donde ir. Hasta ahora no hubo ningún tipo de amenaza, están tranquilos, pero sería conveniente seguir así hasta el plazo que dijo el Inspector. Cuando se cumpla ese plazo, nos vamos, las denunciamos, las mandamos a la silla eléctrica, y todo lo que a Paul se le ocurra.
–No sé…–dudó George–Estoy entre ambas opciones. Por un lado me da miedo, y por el otro…también. Tengo miedo de ellas y de los terroristas. Creo que si no decimos nada, ganaremos su favor, y podemos extorsionarlas, pedirles cosas  a cambio de nuestro silencio.  Voto por quedarnos.
–Y yo.
–Y yo. ¿Paul?
–¿Para qué voy a decir algo si ya ganaron ustedes? Voto por el sí. ¡Pero que no vaya a ver cómo matan a Tofu y lo convierten en mortadela!







Golpearon la puerta del comedor en el que Zettie  y Chloe se preparaban para oír lo peor.  Por culpa de esos cuatro piojosos pelados, ya tenían un pie en la cárcel. Aunque siempre podían escapar antes que ellos las denunciaran, tomarse un avión e irse al lugar más recóndito y feo, como Rusia con la familia de Dimitri.
Zettie abrió y sin siquiera mirarlos, los hizo pasar.
–Decidimos algo.–anunció George–Nos quedamos.
–¿En serio?
–Sí, pero habrá condiciones.
–Auch. –dijeron ambas.–¿Cuáles?
–Mmm...no lo sabemos aún, pero habrá. Cualquier cosa que se nos ocurra. No podrán decir que no o…ya saben, tenemos el teléfono de Connor.
–¿Y qué harán cuando terminen sus “vacaciones” en nuestra casa? ¿Nos denunciarán, no?
–Ehh…–George miró a los otros–No, no, claro que no, esto quedará entre nosotros. Eso sí, no vuelvan a robarnos.
–No teníamos pensado hacerlo, ahora que viven con nosotras, nos dan lástima. –Chloe se aguantó la risa de ver sus cabezas–Bien, echemos un manto de piedad sobre esto.
–¿Algún día nos devolverán el dinero?
–¿Cuándo viste a un ladrón devolver semejante cantidad, McCartney? Claro que no. Después de todo, tenemos que mantenerlos, consideren que pagaron las cuotas alimentarias por adelantado. Y el arreglo del vidrio que rompieron.
–Ah, se me ocurre una condición. –dijo Ringo–Queremos que no tengan más esa colección de cosas nuestras.
–¿Qué? ¡Hace años que juntamos cosas!
–No nos importa, tiren todo. Es muy…escalofriante. Sobre todo cuando entre esas cosas, tienen medias tuyas. –miró directamente a Zettie.
–No tiraremos nada, Ringo Starr. Es nuestro y ustedes no van a decirnos qué hacer.
–John, llamá a Connor.
–Vamos, llamalo y que los terroristas sepan donde están y vengan acá mismo a ponerles una preciosa bomba.
Ringo siguió mirándola sin apartarle los ojos y ella igual. Al final, él se resignó.
–¿Qué? ¿Tienen miedo? Creo que muchas condiciones y exigencias no podrán hacer, los tenemos agarrados de las pelotas.
–Chloe, ese lenguaje...
–Me da igual el lenguaje. Si vamos al caso, todos estamos agarrados de las pelotas. Nosotras no cumplimos, oh qué horror, nos denuncian. Y ustedes tienen tremendo escándalo y encima los matan.
–Dios, no podemos contra ellas. –suspiró Ringo.
–Eso tendrías que haberlo sabido desde hace rato.
–Bueno, ¿y entonces?
–Entonces nada, Lennon. –Chloe sonrió al verlo resignado–Las cosas siguen como antes.
–¿Con las reglas y todo eso?
–Ajá.
–Son las peores mujeres que vi en mi vida.
–Qué honor. Oigan, si quieren seguir jugando a los detectives, averigüen quién nos llenó de piojos.






Pasaron dos días en los que no de dirigieron la palabra y se tiraban miradas amenazadoras, hasta que todos terminaron acostumbrándose a la idea de que estaban metidos en un grave problema. Después todo volvió a la normalidad, si es que así podía llamarse.
–¿Qué se hicieron en la cabeza? –repetía Brian, en medio de una crisis de nervios. Los demás lo miraban divertidos.
–Si total estamos de vacaciones…–dijo John restándole importancia–Ya crecerá para cuando nos tomen fotos.
Apenas había terminado de decir eso, vio el fogonazo de un flash. Zettie blandió su cámara en el aire.
–¡Tengo una foto de los Beatles pelados! Será la mejor de la colección.
John quiso decirle algo pero se contuvo porque Brian estaba frente a ellos y no querían que supiera la verdad porque le daría otro ataque. Así que sólo le dio una sonrisita acompañada de una mirada fulminante.
–Tomen, les compré pelucas. –Chloe bajó la escalera y le dio una a cada uno.
–Oh, ¡qué atención de su parte! –exclamó Brian, calmándose de ver peludos otra vez a los Beatles–Usted es un ángel.
–Claro, un ángel…–repitió John.
Connor estaba parado detrás de Brian, impertérrito como buen policía. Todos estaban tentados de gritar ahí mismo lo que sabían sobre las “princesas” pero se controlaban.
–Bueno, ya es tarde y debo irme. –Brian miró su reloj y luego miró a Connor–¿Usted se quedará?
–No, me voy también ,ya comprobé que todo sigue en orden.–se removió y comenzó a rascarse la cabeza–Jé, perdón, es que mis hijos pequeños me pegaron sus piojos…Pero ya está controlado eh, no teman.
Todos lo miraron y luego se miraron entre ellos. El misterio estaba resuelto.
–Más motivos para que odie a la policía. –susurró Chloe, comenzando a rascarse.
–Ok, nos vemos. –saludó Connor–Ah, una cosa…No me quedó claro porqué se pelaron…
–Por moda. –John hizo una sonrisita.
–Lo acompaño. –dijo Paul.
Chloe y Zettie lo miraron y si sus miradas hubieran sido flechas, Paul hubiera caído cual guerrero en Troya. Él siguió como si nada, caminando detrás de Brian y Connor.
–Si Paul habla, ustedes lo pagan. –dijo Zettie mirando a los otros tres–Chloe, traé la escopeta.
–¡Pero…!
–Harrison, regla N° 8: Nadie protestará.
Vieron cómo Paul charlaba animadamente junto al auto de la policía en el que luego, Connor y Brian subieron. Se despidieron con u n bocinazo y Paul regresó con una sonrisita.
–¿Y? ¿Se asustaron?
–¡Idiota si hablabas nos mataban!
–No iba a decir nada, sólo fue para meterles nervios a sus “majestades”.


Ese mismo día, cuando estaba anocheciendo vieron un par de faros acercarse a la casa. En unos segundos, el auto de Dimitri se estacionó frente a la casa.
–Es un extraño, ¡pidamos ayuda! ¡Auxilio, estamos secuestrados!
George le dio un golpe en la cabeza a Paul para que se callara.
–¿Por qué todos me golpean en la cabeza?
–Para ver si dejás de ser idiota.
–¡Ay no! –gritó Zettie, que leía junto a ellos, o más bien aguantaba todas las críticas que le habían hecho durante esa tarde.
–¿Qué pasa? –dijo Paul–Ah, ya  sé, no te gusta que me peguen en la cabeza. ¿Lo ves George? Alguien me defiende.
–No me refería a eso, por mí que te sigan pegando. Me refiero a que yo conozco a ese tipo.
Dejó el libro a un lado y salió al jardín. Miró hacia el comedor y les hizo señas de que si salían les cortaría el cuello. Se acercó a Dimitri, que estaba encendiendo un cigarro junto a su coche.
–Hola muñeca. –dijo en su acento cerradísimo, lo que causó que una lluvia de saliva aterrizara sobre la cara de Zettie.
–¡Aggg qué asco! ¿Cuándo vas a aprender a pronunciar? ¡En Inglaterra se habla, no se escupe!
–Vine a visitarlas. –hizo caso omiso a las protestas–Supongo que seguirán teniendo el buen vino que me convidaron la última vez que vine.
–¡No! No lo tenemos y no podés visitarnos.
–¿Por qué?
–Porque…porque…¡porque no podemos! Es más, no queremos.
–Alguna razón tiene que haber.
–Tenemos invitados.
–Bueno, ahora tienen un invitado más.
–¡No, no! Son importantes, no quiero que te vean o sospecharán.
–Paso mañana.
–¡No, joder, no! ¡No vuelvas! Vení…no sé, el mes que viene. Llamá antes.
–¿Pero no puedo ver quiénes son los invitados?
–No.
–Ay, ni que fueran los Beatles.
–Fuera.
–Pero…
–Fuera.
–¿Ni un poquito de cena me darán?
–Fuera.
–Sólo me quedaré un rato, ni siquiera me mostraré y…
–¡FUEEERAA!
Dimitri dio media vuelta y subió al auto. Salió de allí haciendo sonar los frenos.
–¿Quién era ese? –preguntó George, parecía preocupado.
–Un tipo.
–Ya lo sé, ¿pero quién era? Parecía peligroso
–Lo es. Lo sería mucho más si no fuera bastante torpe.
–¿También es delincuente como ustedes?
–George Harold Harrison French. Que sea la última vez que nos llamás delincuentes. Sólo somos distribuidoras de la riqueza.
–Como digas…–George ahogó una risita–¿El tipo ese volverá?
–Espero que no. Si vuelve, los verá y todo será un caos.
–Escuché un poco, hablaba raro, como si fuera ruso. –Paul hojeaba el libro que había dejado Zettie–¿Por qué leés novelas de Corín Tellado?
–Porque me gusta, ¡no te metas con mis libros! Y sí, es ruso.
–Ay no…–George se agarró la cabeza–¡Por favor, nunca dejes que nos vea! Nos podría secuestrar y llevarnos a Rusia y se desataría una Tercer Guerra Mundial ¡y moriríamos todos!
–No entiendo porqué son tan paranoicos…Dimitri no los llevará porque creo que ni sabe cómo regresar a la Unión Soviética.
–A ver, repetí eso. –Paul la interrumpió.
–¿Qué cosa?
–Lo último.
–¿Que no podría regresar a la Unión Soviética?
–Qué buen título, lo anotaré. –Paul sacó una pluma del bolsillo de su camisa y escribió la frase en la tapa del libro de Zettie.
–¡Ey! ¡No rayes mi libro!
De pronto se escuchó un estruendo, como algo que caía al piso y se partía en mil pedazos. Los tres se miraron y fueron hacia el lugar donde les parecía que se había producido el ruido. Fueron hasta la amplia sala de estar y vieron a Ringo.
–Ehh…hola. –sonrió.
–¡¿Qué hiciste?!
En el suelo, irremediablemente rota, una taza.
–Yo estaba mirado y…
–¡Mi colección de tazas!
–¿Ah, era una colección? Con razón había tantas…
–¡Rompiste una taza de mi colección!
–No sabía que tenías esos gustos, jé…Bueno, pero hay muchas tazas más, por una no te hagas tanto problema…
–¡Era una taza de porcelana china de 1275!
–Bueno…supongo que entonces sí tenés que hacerte problema…Podría arreglarla.
–¡No la toques!
–¿Qué pasa acá? –Chloe entró despeinada y bostezando–¡No dejan dormir la siesta tranquila!
–¿Siesta? Son las ocho de la noche…
–Callate Harrison. ¿Qué pasó?
–¡Él! ¡Rompió una de mis tazas! –gritó Zettie, señalándolo.
–Yo sólo la miraba y se cayó de pronto.
–¿Cómo va a caerse de pronto? ¿Qué? ¿Hubo un terremoto y se cayó sola? ¡La agarraste y la tiraste!
–¡No la tiré! ¡Solamente la agarré para verla bien y se me cayó!
–¡Lo hiciste a propósito!
–¡No!
–¡Sí!
–¡Histérica!
–¡Estúpido!
–¡Silencio!
Ambos se callaron ante la voz de John, que también estaba despeinado.
–No se puede dormir la siesta en esa casa.
–¿Vos…? ¡Já, con razón! ¡Dormían juntos! –Paul soltó una carcajada a la que se unió George.
–¡Chloe! ¿Desde cuándo…?
–No hagas preguntas, Zettie. Yo dormía, sola. Si él también dormía, es pura casualidad.
–Sí, claro…
John le dio otro golpe en la cabeza a Paul, que enojado, se fue dando un portazo.
–¿Y entonces qué pasó?
–Tu amigo rompió una de mis tazas.
–Pero si tenés un montón…
–¡Esta era una pieza única!
–Bueno, sería única que era bastante fea…
Zettie lo miró indignada y al igual que Paul, se fue dando un portazo.
Se quedaron mirando la taza destrozada. John pateó con suavidad un pedazo, suspiró.
–Son un cuarteto de insufribles, ojalá se vayan pronto. –Chloe se fue igual que Zetite, pero con más suavidad.
John decidió seguirla en silencio, y vio que entraba en la habitación donde estaba la colección de cosas beatle.
–Estas chicas tienen una obsesión por coleccionar cosas. –pensó. Se asomó a la puerta y la vio comenzado a juntar cada una de las cosas y metiéndolas en una bolsa grande de basura. Sin saber porqué, le dio mucha pena y más pena cuando notó que estaba llorando.
–Hola.
–Qué susto. –se restregó los ojos–Andate.
–¿Qué hacés? –no le hizo caso y entró igual.
–Nada que te importe. Te dije que te vayas.
–Estabas llorado.
–No, me estoy lavando los ojos de adentro para afuera. –arrojó varios posters dentro de la bolsa, y luego la media de Ringo, que dejó caer con asco.
–¿Por qué estás sacando todo?
–Porque ocupan mucho espacio. Haré  un gimnasio o algo más productivo. Estas porquería sólo juntan polvo. Especialmente las fotos tuyas.
–Que lástima que sólo mis fotos juntan polvo, la gracia sería que lo juntara yo. –arqueó las cejas, pero ella le dio un empujón.
–Te dije que te fueras, no tengo ganas de escuchar tus bromas con doble sentido.
John la tomó por una de las muñecas cuando ella se disponía a arrojar un disco en la bolsa.
–¿Harás lo mismo que hicieron los norteamericanos?
–Sí, los quemaré a todos y les pasaré con una topadora por encima. ¡Soltame, tarado! ¿Qué te pasa?
John la soltó con una risita, y se quedó mirando todo lo que había allí. Era verdad, ni siquiera sabían que existían tantas cosas con su cara.
–¿Ey, y esto?
Chloe levantó la mirada y vio que John tenía en su mano derecha una armónica plateada. Se encogió de hombros.
–¿Esto era mío? –John le daba vueltas a la armónica–No la recuerdo.
–No es tuyo, la compré porque sí, para darle más ambientación a tu altar.
–¿Altar?
–Bueno, llamalo así al lugar, que ahora me parece horrible, donde están todas las cosas relacionadas a vos.
John le dio más vueltas a la armónica y, apoyándose contra una mesa llena de caramelos beatle, comenzó a tocar mientras Chloe seguía juntando las cosas y arrojándolas con bronca dentro de la bolsa. John no tocaba nada que supiera, sólo estaba improvisando y le salía una melodía triste y dulce. Paró cuando se dio cuenta que ella lo miraba fijo.
–Es lindo eso que tocás, ¿qué es?
–Nada, lo inventé. ¿Sabés cómo se llama?
Negó con la cabeza.
–“Chloe está triste”.









Sentada en el suelo, tiritó de frío. Maldijo a los grillos, esa noche eran muchos y no paraban de gritar. Tenía muchas ganas de llorar, los Beatles que ella se había imaginado no eran como los reales, que amenazaban con mandarlas a la cárcel, se cortaban el cabello, le comían sus flores, le rayaban sus libros y peor, le rompían sus tazas. Su taza, que había comprado con el dinero de su primer robo grande. Se la había vendido un judío al que por más que le regateó, no bajó ni un céntimo el precio. Con muchos nervios la había dejado en el anticuario, esperando a tener dinero para comprarla y rogando que nadie se la llevara antes. Podría decirse que por esa taza había empezado a robar.  Y ahora estaba rota, hecha añicos y quien la había roto era el amor de su vida. Que además, la había llamado histérica.
Maldijo una vez más a los grillos, a lo lejos escuchó una armónica, ¿quién mierda se ponía a tocar ahora? Claro, sería John, feliz y contento de ver cómo las delincuentes la pasaban mal.
–¿Puedo sentarme?
Levantó la vista y vio a Ringo.
–No.
Ringo no dijo más nada, y se sentó al otro extremo del patio. Lo ignoró completamente, pero al fin habló.
–Tenés ojos de zombie.
Él soltó una carcajada, pero ella se mantuvo seria.
–Me han dicho muchas cosas de mis ojos, pero nunca que parecían de zombie, ¿por qué lo decís?
–Está todo oscuro y brillan. O son de zombie, o de hiena. Al caso viene igual, son ojos de persona mala.
–Tenía entendido que las personas malas robaban bancos. Yo no robé nada.
Zettie suspiró exasperada, iba a ponerse pie pero él le ganó y se acercó a ella.
–Lo decía en broma. Espero que lo que dijiste de mis ojos también haya sido en broma.
–Absolutamente no.
Se sentó junto a Zettie, que se movió unos centímetros para alejarse.
–Tomá. –dijo él, y en la oscuridad distinguió a su taza. Entera.–Esperá que se seque. No es el mejor pegamento que encontré pero…supongo que aguantará.
–Por más que esté arreglada, ya no sirve. Tiene que estar intacta.
–Entonces la rompo de vuelta.
–¡No! –se la quitó de las manos–No la pondré en la colección, pero igual me la quedo.
–Era muy linda. Supongo que aparte de que es antigua y es china, para vos también tiene otro valor, ¿no?
–Sí, más sentimental.
–Perdón. Y perdón por lo de histérica también.
–No te preocupes. Y gracias.



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Después de muuuuucho tiempo, volví!!! Pido disculpas por la tardanza, pero es que NO TENGO TIEMPO NI PARA VIVIR ah porqué se alteraba jajaja. De hecho, son casi las dos de la madrugada, única hora en la que puedo hacerme un espacio y escribir antes de caer dormida sobre el teclado. Espero no tardar tanto para el próximo, sobre todo porque está a medio escribir. 
Antes de irme, les dejo unos dibujitos que nada que ver pero cuando los vi me mori de amor:








Ah que no son tiernos? A mí me encantó.
Bueno, ahora sí me voy, gracias por leer!



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